El frío como tal no existe, es más bien una sensación,
por eso no lo podemos medir como la temperatura.
Nuestra temperatura se regula en el Hipotálamo (glándula del cerebro), por un sistema de termorregulación de manera subconsciente y precisa. A través de nuestro sistema nervioso autónomo, se involucran dos mecanismos: uno de disipación de calor y el otro de producción y conservación de esta.
La sensación de frio es percibida de diferente manera por cada persona, dependiendo de factores tales como la edad, raza, sexo, genética, zona geográfica, estado de hidratación, actividad física, hora del día, la ropa y la ingesta de alcohol o estupefacientes.
Cuando bajan las temperaturas nuestra temperatura corporal también desciende y la capacidad de defensa de nuestro organismo disminuye. Estas bajadas de temperatura debilitan el sistema inmunológico, por lo que es importante tener a nuestro sistema inmune activo y alerta, preparado por si algún patógeno no deseado se quiere aprovechar de ello.
Es también importante abrigarse bien cuando estamos en el exterior e intentar evitar temperaturas muy elevadas, cuando pasamos al interior, para que esos cambios no sean tan extremos.
Existen infecciones de carácter estacional que son más frecuentes en invierno. Ciertos patógenos se benefician de las bajas temperaturas y se vuelven más resistentes, al ser capaces de sobrevivir durante más tiempo en el aire frio i seco. Un ejemplo de ello serían las infecciones virales.
El aire frio también afecta al tracto respiratorio. Su mucosa es menos efectiva a la hora de deshacerse de patógenos intrusos, pudiendo de esta manera causar catarro, faringitis, otitis, amigdalitis, bronquitis, neumonía.
A nivel cutáneo también se dan afecciones, la dermatitis que empeora en invierno o los temidos sabañones.
Las enfermedades de los huesos y las articulaciones. Artrosis y artritis también empeoran con el frio.
Al igual ocurre en personas con Parkinson y personas con cardiopatías, ya que pueden aumentar los riesgos de infarto en un 20% por un intento de conservar más calor, creando para ello vasoconstricción, aumentando así el riesgo de obstrucción.
El ejercicio físico diario, una vida activa no sedentaria, una alimentación variada con alimentos naturales (no tanto procesado), suplementación de vitaminas (sobre todo la vitamina D y Omega 3, o mejor aún, con la ingesta de pescado azul rico en ácidos grasos Omega 3), es decir, un estilo de vida saludable, hará que nuestro sistema inmune resuelva victoriosamente esos ataque de bichitos externos, sin que ni siquiera nosotros mismos seamos conscientes de ello y además, nuestra percepción de la vida será más gratificante.